Ayer se inauguraba en Madrid un monumento al insigne marino
D. Blas de Lezo y Olavarrieta, uno de esos héroes que la desidia y el complejo
del español medio por su historia amenazaban con relegar al panteón del olvido.
Quien defendió Cartagena de Indias con poco más de tres mil soldados y unos
centenares de americanos nativos frente a la mayor armada naval flotada nunca,
bien merecía un digno homenaje. Pero, como es habitual en esta España donde hay
más tontos que botellines (en este caso con denominación de origen periférica),
los nacionalistas de CiU, hipersensibles a las cuestiones históricas hasta el
extremo de lo paranoico, abonados vitalicios de la memez, resentidos,
ridículos, provincianos y mezquinos, pusieron el grito en el cielo. D. Blas de
Lezo, durante la Guerra de Sucesión, había combatido en las filas felipistas y
había participado en la batalla naval de Barcelona moliéndole las costillas a
la flota anglo-holandesa que navegaba en defensa de los sitiados austracistas.
Ya imaginan, los héroes catalanes y esas cosas. Un nuevo e intolerable agravio
a Cataluña. Sus cuentos.
Desde esa visión sesgada y miope, circunscrita a las
inmediaciones de su ombligo, resulta un ejercicio inútil explicarles que si
Cartagena de Indias, llave del comercio colonial, hubiera caído en manos del
almirante Vernon, la quiebra del imperio español se habría producido cien años
antes y, muy probablemente, el desarrollo económico de la Cataluña del
setecientos, basado en buena medida en el comercio americano, no habría tenido
lugar. Pero qué puede importar la Historia a unos políticos de terruño, cínicos
e indecentes, para los que el conocimiento del pasado es solo una herramienta
de propaganda y adoctrinamiento, una vez distorsionada, manipulada y, si es
necesario, inventada sin ningún pudor.
Blas de Lezo ya tiene su monumento y, como Vernon tras la
batalla, a los nacionalistas solo les queda maldecirlo. Porque si Patapalo se
impuso a la mayor potencia naval del momento y ha logrado sobrevivir al olvido
de sus paisanos, poco puede importar lo que ahora digan, entre gañidos, un
puñado de hijos de la gran puta. ¡Maldito Blas de Lezo!
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